Salud mental
Por: Mario Guerra
¿Quieres controlar todo pero no siempre se puede? Es momento de lose control, te contamos cómo dejar de ser controlador.
Quieres todo en tus manos, pero pocas veces lo logras. Lo que no sabes es que entre más te pongas de intenso, menos te van a salir las cosas como deseas. Y para tu mala suerte, el control tiene un precio. Es momento de lose control, te contamos cómo dejar de ser controlador.
Imagina: tienes todo planeado al detalle. Los horarios de tus reuniones, la cena perfecta para la familia, las respuestas a cualquier pregunta que pueda haber. Incluso te preparas para los imprevistos, porque no soportas la idea de que algo se te salga de las manos. Pero ¿qué pasa cuando, a pesar de todo tu esfuerzo, las cosas no salen como lo planeaste?
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¿Te has dado cuenta de que en tu afán de que todo salga perfecto, terminas perdiendo la calma y haciendo lo contrario a lo que querías? El control es esa trampa silenciosa que te hace creer que, si tenemos cubierto cada detalle, todo estará bien. Pero la realidad es otra: mientras más intentamos controlar, más nos damos cuenta de lo poco que realmente podemos manejar. Y lo peor es que en el camino nos perdemos a nosotros mismos.
¿Cuántas veces has tratado de controlar cada aspecto de lo que sucede? Tal vez has intentado manejar lo que pasa en tu trabajo, asegurándote de que todo salga exactamente como lo planeaste, solo para darte cuenta de que alguien de otra área hizo algo diferente a lo esperado y entonces las cosas inevitablemente se salen de control. O quizás en tu relación de pareja has deseado que todo funcione según tus tiempos y tus deseos, esperando que eso traiga paz, cuando en realidad genera más tensión. Lo mismo sucede con los hijos, amigos con nuestras rutinas. Intentamos que todo se acomode a lo que creemos que es lo correcto, cuando la verdad es que la vida no sigue nuestras reglas.
El deseo de tener el control no surge de la nada. Más veces sí que no, viene de lugares profundos: el miedo a lo desconocido, la inseguridad y, sobre todo, la ansiedad. Esta última juega un papel principal. La ansiedad es ese sentimiento de alerta constante que te dice que algo malo puede pasar en cualquier momento y, para calmarla, las personas intentan controlar cada detalle de su vida, aunque sea pequeño.
En otras palabras, el poder se convierte en una respuesta para evitar el caos que la ansiedad anticipa. Por ejemplo, alguien que experimenta ansiedad en el trabajo puede obsesionarse con revisar constantemente los correos electrónicos para no dejar cabo suelto, o reescribir mil veces una presentación buscando la perfección. Pero en lugar de calmar la ansiedad, esta búsqueda de control solo la intensifica.
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¿Por qué? Porque es imposible tenerlo todo como quieres. La incertidumbre es parte de la vida. En nuestras relaciones, el control también se hace presente de maneras sutiles y en otras no tanto, como intentar que tu pareja haga lo que tú crees que es “correcto”, o querer controlar las decisiones de tus hijos para guiarlos “por el buen camino”. Sin embargo, esta necesidad rara vez trae los resultados deseados y, muy seguido, genera conflictos y distanciamiento.
Además, vivimos en una sociedad que premia la eficacia, la productividad y el tener respuestas para todo. El control se nos vende como un sinónimo de éxito: “Sé tu propio jefe”, “Haz que las cosas pasen”, “Toma el control de tu vida”. Pero ¿qué pasa cuando llevamos esto al extremo? Lo que era una búsqueda de seguridad se convierte en una fuente de estrés constante.
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La necesidad de control no es porque sí. Intentar manejar todo a nuestro alrededor tiene un costo emocional muy alto. Cuando intentamos hacerlo con las personas en nuestras vidas el mensaje que les enviamos es claro: “No confío en ti”. Y la falta de confianza es como una grieta en cualquier relación. Puede empezar pequeña, pero sino se atiende crece hasta que lo rompe todo.
Luego, está el efecto en la salud mental. Intentar controlar cada aspecto de nuestra vida nos genera estrés y ansiedad. Es como estar siempre al borde del colapso, esperando que el próximo imprevisto derrumbe todo como un efecto dominó. Y claro, los imprevistos llegan. No podemos evitarlo. La vida está llena de sorpresas, y no todas son agradables. Mientras más tratamos de evitar lo inesperado, más nos frustramos al darnos cuenta de que hay demasiadas cosas que se escapan de nuestras manos.
Aquí es donde entra la paradoja. Mientras más tratamos de tener todo bajo control, más nos damos cuenta de lo poco que podemos manejar. Y lo más irónico es que en ese intento de controlar lo que sucede fuera de nosotros, perdemos el control de lo que está dentro: nuestras emociones.
La ansiedad tiene mucho que ver con esto. Ésta nos pone en alerta, nos empuja a anticipar posibles problemas y nos hace creer que, si controlamos lo externo, podremos evitar que esas preocupaciones se hagan realidad. Pero el costo de este esfuerzo es altísimo. Al concentrarnos tanto en manejar lo que sucede a nuestro alrededor, descuidamos lo que está pasando dentro de nosotros. No nos damos cuenta de cómo la ansiedad nos hace más reactivos, más tensos y menos capaces de gestionar nuestras propias emociones. Es ahí donde realmente perdemos el control.
En lugar de enfrentar nuestra ansiedad y aprender a manejarla, nos dejamos arrastrar por ella, y es entonces cuando estallamos en enojo, frustración o incluso agotamiento emocional. Irónicamente, en el intento de controlar lo externo, terminamos perdiendo lo más importante: el control sobre nosotros mismos.
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Aquí entra la idea de la flexibilidad psicológica, que es la capacidad de adaptarse y ajustar nuestras expectativas cuando las cosas no salen como queremos. En lugar de quedarnos atrapados en la frustración, la flexibilidad nos permite ver las situaciones desde diferentes ángulos y encontrar nuevos modos de manejarlas.
¿Cómo desarrollarla? Empezando por aceptar que no todo está bajo nuestro control y que eso no significa fracaso, sino una oportunidad de aprendizaje. Por ejemplo, cuando algo no sale como lo esperabas, en lugar de reaccionar con enojo o frustración, piensa: “¿Qué puedo aprender de esto?”, “¿Qué otras opciones tengo?” Este tipo de preguntas nos ayuda a ajustar nuestras expectativas y a encontrar un balance entre lo que podemos controlar y lo que debemos soltar.
El control nos hace creer que si lo tenemos, seremos felices, pero la vida está llena de imprevistos. Entonces, en lugar de intentar domar lo indomable, ¿por qué no comenzamos a regular lo que realmente importa?, a nosotros mismos. La próxima vez que sientas la necesidad de controlar algo, mejor pregúntate: ¿qué puedo soltar hoy para estar más en paz mañana?
Acepta que hay cosas que de plano no puedes controlar. Soltar el control no significa resignarse, sino entender que no todo depende de ti y que, a veces, lo mejor que puedes hacer es dejar que las cosas fluyan.
Usa regulación emocional. Por medio de prácticas como la atención plena (mindfulness), puedes aprender a observar tus emociones sin dejarte arrastrar por ellas. Dicho de otra manera, tienes que dejar de obedecer a la ansiedad.
Practica el autocuidado, eso es un primer paso para saber cómo dejar de ser controlador. Si no te cuidas a ti mismo, no le das a tu mente y cuerpo el descanso que necesita, entonces el estrés y la frustración te van a dominar.
Ahora que ya sabes cómo dejar de ser controlador, sigue leyendo:
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