Resulta que lo hacemos por adicción, y lo más interesante de todo es que dicha adicción ni siquiera es al picante.
Enchilarse es ese acto masoquista en el que un individuo decide por voluntad propia irritar su garganta a lo bestia, como si las mismísimas puertas del infierno se estuvieran abriendo en su boca; porque para ellos o ellas, la comida sin chile, pues “namás no sabe”.
Pero no crean que la arraigada afición que tenemos los mexicanos de ponerle picante a todo es sólo un gusto, nooo, las cosas no son tan simples como eso. Resulta que lo hacemos por adicción, y lo más interesante de todo es que dicha adicción ni siquiera es al picante. Les cuento. El doctor German López Riquelme, de la Facultad de Ciencias de la UNAM, realizó un estudio en el que detectó que la capsaicina o elemento activo de los chiles picosos, hace que nuestro cuerpo genere endorfinas para mitigar el dolor.
La canija capsaicina es una toxina neural alcaloide que activa las neuronas que responden al dolor provocado por estímulos químicos o térmicos. Y cuando estas neuronas perciben el consumo de picante envían una señal al cerebro para liberar endorfinas, y es justamente a estas endorfinas a las que poco a poco nos vamos haciendo adictos. Pero como con en cualquier dependencia crónica, cada día se requieren dosis más altas de esas endorfinas para calmar la necesidad y obvio, la única manera de conseguirlas es comiendo más chile. ¿Qué tal?
Por cierto, los pájaros nunca se enchilan porque son inmunes a la capsaicina, por eso no tienen bronca en comer semillas de chile.
En otro estudio un poco más optimista que se hizo en la Universidad de Pensylvania, se planteó que los individuos con personalidades aventureras, extrovertidas y con cierta predisposición a correr riesgos, o sea, bien salsas, son el tipo de personas que más chile consumen y por lo tanto, se determinó que el gusto por lo picoso depende en gran medida de nuestra personalidad.
Lo que sí enchila es toparse con gente que cree que “lo picoso” es un sabor. Nuestras papilas gustativas detectan cuatro sabores: dulce (en la punta de la lengua), salado (a los costados inferiores), ácido (en los costados medios) y amargo (al fondo de la lengua). Si cuando comemos algo picoso lo sentimos en toda la boca, es porque no es un sabor, es un irritante. Y sino me creen, los reto a que se froten la mitad de un chilito habanero en las axilas.
Enchilarse implica moquear, sudar, llorar y marearse. Todo por el mismo boleto. Según Discover Magazine, cuando comemos mucho chile, la capsaicina (sí, otra vez la fregada capsaicina), provoca irritación y el cuerpo produce mocos, sudor y lágrimas (como canción de Alex Sintek), para eliminar a la intrusa sustancia de nuestro organismo. Mientras que los mareos son causados por un cambio brusco en el flujo sanguíneo, lo que genera alteraciones en la presión arterial.
Y si ya andan enchilados, no se les vaya ocurrir desenchilarse tomando agua, porque la capsaicina es soluble con el H2O y lo único que van a lograr es prolongar el martirio. Lo más recomendable es tomar una cucharada de aceite de olivo, porque disuelve a la causante del picor; masticar migas de pan, porque que la absorbe, o ya de plano, beber alcohol, ya que las capsaicina sí es soluble en él.
Termina su columna y le echa harta Valentina a la jícama.
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