Nos educaron a ser “súper hombres y mujeres” a buscar siempre más, a la excelencia, el éxito y todas esas palabras tan emocionantes, pero nadie nos enseñó a detenernos
Hoy es la primera tarde, en tres semanas, que puedo por fin sentarme en mi casa en paz.
Entre una chamba, la otra, la conferencia, la otra, un hijo, el otro, la comida, la otra comida, el esposo – ahí si, no tengo otro-, la reunión, la junta y todas las idas y venidas como gallina descabezada de un lado al otro, estoy completamente devastada. Esta tremenda, abrumadora y temperamental CDMX no ayuda nada y cosas que podríamos tardar 30 minutos en recorrer nos toman 2 horas y pues total que ahí vamos, cumpliendo, entregando, pasando por uno, arreando al otro, haciendo llamadas, resolviendo, malabareando y estando, permanentemente, en chinga.
Estoy agotada ¿ustedes también?
Y es que ni modo que digas que no, que dejes pasar esa oportunidad, que dejes de trabajar, o abandones a los niños en la escuela, ni modo de perder a todos tus amigos, pasarte la vida encerrada y dejar de hacer las 100 mil cosas que hacemos todos los días. O sí, sí podriamos pero entonces nos convertiríamos en unos seres grises, desmotivados y sin ningún interés por nada y que flojera.
El estrés es una buena noticia. Una dosis sana de estrés es completamente saludable y necesaria para sentirnos vivos y hacer que la vida valga la pena. Lo malo, como siempre, es que somos unos atascados y nos dejamos ir como gorda en tobogán ante todo lo que se nos presenta, olvidando que en grandes cantidades, el estrés, ya no está divertido.
Así me pasó esta semana, después de dos de tener un nivel de estrés, según yo “manejable”, me empezaron a tronar los fusibles y ya no me pareció nada chistoso: insomnio y chaqueta mental nocturna interminable, días eternos arrastrándome como zombie, unos bochornos sorpresivos -no sé si son por el pinche calor que hace o porque la menopausia me está empezando a dar arañazos, pero que anyway, son muy desagradables- y sobre todo un humor y una neurosis con una mecha indescriptiblemente corta…una bruja, o más bien, lo que queda de una bruja.
¡Qué importante aprender a detenernos y simplemente parar!
Hacer una pausa.
Respirar.
Nos educaron a ser “súper hombres y mujeres” a buscar siempre más, a la excelencia, el éxito y todas esas palabras tan emocionantes, pero nadie nos enseñó a detenernos. Escucharnos. Decir no.
No, hoy no puedo. No, no puedo tomar otro proyecto. No, mil gracias, este domingo nos quedamos en casa tranquilos. No, la verdad no quiero ir a Polanco a las 6:00 pm. No, no me doy abasto. No, no puedo comprometerme a eso. No, eso no me corresponde.
¿Y que hacemos?
Decimos que sí a todo, en automático, a costa de nuestra salud física y mental. Nos creemos indispensables, cuando lo único indispensable es que estemos bien para poder seguir adelante. Nos desgastamos por mucha gente que no es nuestra gente y dejamos a los nuestros siempre en segundo plano y, por supuesto, a nosotros en tercero.
Necesitamos aprender a parar.
A darnos tiempo a nosotros de hacer algo, solo porque sí, porque nos hace feliz. A no hacer nada si eso es la felicidad para algunos y a consentirnos tantito y darnos permiso de gozar la nada así, un miércoles en la tarde.
Porque por más que amemos nuestra chamba, a los escuincles y nuestra incansable vida social jetsetera, necesitamos primero amarnos y escucharnos a nosotros y darnos espacios para recargar la pila que no impliquen ninguna sofisticación más allá que la comodidad de nuestra casa y un poco de no hacer nada de lo que hay que hacer y hacer lo que uno realmente quiere.
Saber que los mails no van a dejar de llegar, el WA va a seguir sonando y la gente va a seguir subiendo sin cesar fotos, memes, historias y noticias. No pasa nada si no vemos todo, si no sabemos todo, si no contestamos todo de inmediato…. de hecho ¡vale madre todo! Porque el mundo no va a parar, ¡nosotros! necesitamos apagarlo o vamos a caer un día desplomados y nuestra salud mental va a ser la que pague el pato. Es urgente aprender a desconectarnos y conectarnos con nosotros; recargar nuestra cabeza, nuestros tiempos de familia y de simplemente, estar
El mundo no se va a acabar si mandamos todo al diablo una tarde, se los prometo, al contrario, nos va a agradecer regresar de estos espacios un poco más equilibrados, listos para seguir en la inevitable joda cotidiana, pero varias rayas menos neuróticos.
Paren.
Intenten.
Y tengan cuidado…se puede volver vicio.
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