Parte de lo que vemos de un tatuaje son cadáveres con tinta dentro. Pero lo que más vemos es otra cosa. ¿Qué es?
Las cortadas se nos quitan, los bronceados también, incluso el mal de amor, ¿por qué los tatuajes no? Es porque tanto las cortadas como los bronceados y el mal de amor sanan, mientras que los tatuajes son como una herida que nunca se acaba de reparar.
La tinta entra al cuerpo por debajo de la capa más superficial de la piel, la epidermis. Una aguja (o varias) introducen la tinta, que para el cuerpo es un objeto extraño y por lo tanto definitivamente va a alebrestar al sistema inmune, pues aunque lo estamos haciendo voluntariamente y a pesar de que el tatuaje diga “amor” en chino, náhuatl o en trinos de pajaritos, para el sistema inmune es un ataque (y muchas veces también para el buen gusto). Entonces entran a la escena dos tipos de células inmunes: los macrófagos y los fibroblastos.
Los macrófagos son glóbulos blancos encargados de comerse cosas extrañas o que ya no nos sirven o que nos están atacando, como microorganismos, desperdicio celular y cáncer. Como su nombre lo indica, comen y comen mucho. Comen partículas y con eso se deshacen de ellas; en el caso de los tatuajes, se comen a las partículas de tinta. Sin embargo, estas partículas son demasiado grandes y los macrófagos no pueden comerlas. Algunos de ellos lo logran y llevan el desperdicio a los nódulos linfáticos, pero en general no es así, y mueren en el mismo lugar en que comieron, quedándose suspendidos en la dermis, que está por debajo de la epidermis. Parte de lo que vemos de un tatuaje son estos cadáveres de macrófagos con tinta dentro. Pero lo que más vemos es otra cosa.
Los fibroblastos, otro tipo de células, son las encargadas de formar varias de las sustancias y proteínas que conforman los tejidos estructurales de nuestra piel. Cuando hay una herida, los fibroblastos tienen un papel muy importante pues ayudan a reparar y volver a formar los tejidos. Con los tatuajes, los fibroblastos no paran nunca de trabajar, y es de hecho esto lo que les hace permanentes.
Los fibroblastos se comen a las partículas de tinta pero se quedan suspendidos en la piel, no van a ningún lugar. Si eventualmente mueren, las partículas son comidas por otros fibroblastos en el mismo lugar. Esto hace que los tatuajes duren para siempre. O al menos tan para siempre como nuestra percepción de la eternidad nos da a entender.
Los rayos UV del sol rompen las partículas de pigmento en otras más pequeñas, lo que permite que los macrófagos se las coman y se deshagan de ellas. Algo similar hacen los tratamientos láser para remover tatuajes, que mandan un rayo láser a los pigmentos para romperlos, y después dejan que el proceso inmune del cuerpo se encargue del resto.
Porque nada, ni los tatuajes, son para siempre.
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