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La extrema derecha avanza en Europa

Son tiempos de voltear a la historia. Lo que está pasando se parece a los fenómenos de los principios del Siglo XX.

Jacobo Dayán

La semana pasada en este mismo espacio escribí sobre la caída de las izquierdas en América latina. En Europa la situación es similar pero más preocupante. Los últimos años, buena parte de Europa estaba gobernada por partidos de centro izquierda que sostenían el proyecto de Estados que proporcionaban gran cantidad de apoyos y beneficios a sus ciudadanos y una Europa unida e integrada.

En los últimos años diversos factores comienzan a mover a las sociedades europeas a buscar opciones políticas radicales. Los motivos son varios: el fracaso de varios países por integrar a sus minorías, la mayor diversidad genera temores de pérdida de identidad en algunos sectores, el rechazo a la recepción de refugiados provenientes de África y Medio Oriente, el temor por el terrorismo que ya los ha golpeado, el desencanto por la efectividad económica de la zona Euro, la crisis económica que continúa golpeando a varios países, las altas tasas de desempleo y algunos otros.

Los discursos nacionalistas y racistas de múltiples agrupaciones políticas siempre han estado en Europa. Se habían mantenido al margen debido a la propia historia del continente, los horrores de la Segunda Guerra Mundial y los regímenes totalitarios que gobernaron varios países generaron anticuerpos suficientes para no tolerar en público esas posturas.

La permanencia de la Unión Europea está en riesgo, también lo están las amplias prestaciones sociales de varios Estados y la apertura de fronteras.

La más reciente elección fue en Austria. De manera muy preocupante la ultraderecha xenófoba se quedó con poco menos del 50% de votos a la presidencia. A punto de ganar pero de igual manera el mensaje está dado, la confianza en los partidos con ideología extremista está a la alza.

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El resto de países no es ajeno a este fenómeno. En Alemania ha crecido de manera importante el partido Alternativa por Alemania, segunda fuerza política en varias regiones. En Francia es el caso del Frente Nacional liderado por Marine Le Pen, varios analistas identifican a este partido como uno de los máximos riesgos contra los valores democráticos del viejo continente. Hungría ha visto crecer hasta llegar a ser la tercera fuerza al Movimiento por una Hungría Mejor, agrupación fascista, neonazi, antisemita, antigitano y homófoba. La crisis griega ha dado fuerza a un grupo neonazi y fascista llamado Amanecer Dorado. Dinamarca ha sido nota con el crecimiento del Partido del Pueblo Danés y sus brutales leyes contra la inmigración. Finlandia también es el caso con el Partido Finés. Para no hacer la lista más larga, fenómenos similares se dan en Suecia, Polonia, Italia y otros. Incluso en el Parlamento europeo cada vez hay más presencia de agrupaciones que piden la desintegración de la Unión Europea, Gran Bretaña votará este año si permanecen o no en la misma unión.

Todo esto mientras la violencia contra minorías aumenta en varios países. Crece la islamofobia, crece el antisemitismo, crece la violencia contra gitanos y africanos, crece el rechazo a los migrantes. De manera alarmante, también crece en número y tono los discursos públicos de una supuesta “superioridad”, de un desprecio por la democracia, de la necesidad de mano dura. Trump no es un caso aislado, tampoco el desencanto por las agrupaciones políticas tradicionales.

Son tiempos de voltear a la historia. No son fenómenos idénticos pero se parecen a los de principios del Siglo XX.

 

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