Es importante hacerlo para no ponerte en ridículo o dar una mala impresión
Cuando buscamos ofrecer un reconocimiento a un compañero, una amiga o un familiar, nos atrevemos o le pedimos a alguien que se atreva a decir unas palabras.
Difícil ¿eh?, porque la emoción traiciona y se pueden decir unas cosas por otras.
Tal vez los peores discursos de la historia son aquellos en los que se tenía que hablar de un logro y se habló del cumpleaños de la abuela. Tal vez cuando se conmemoraba un aniversario de la revista y alguien habló de la mala costumbre de eructar en público.
En general, señala Jorg Studer, no captamos y menos guardamos todo lo que nos dicen, pero sí nos fijamos mucho en quién se equivoca de evento o en quién suelta una barbaridad inolvidable.
En 1977 el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter visitó Polonia y en su primer discurso frente a una multitud expresó en inglés que coincidía con los deseos del pueblo polaco, pero el intérprete que no era nativo, tradujo la palabra deseo con el sentido de intención carnal, ya te podrás imaginar el impacto que causó, el ridículo que hizo.
Evo Morales, presidente de Bolivia se aventó diciendo: El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres. ¡Caray, qué ciencia!
Claro, hay de ridículos a ridículos, los más sonados, los que más impacto causan son aquellos que se protagonizan frente a más gente o los que representan memorables atentados contra la inteligencia de los demás.
Ya estornudaste y volaron bacterias y mocos por toda la oficina o ya te agarró la náusea y te vomitaste en el comedor o se te quedó un tacón atorado en el tercer escalón o de plano le vaciaste el café a tu jefe sobre su corbata nueva… Es comprensible, a todos puede pasarnos.
Quienes presenciaron esos ridículos ya te inmortalizan con apodos como el mocos, la guácara o la chorreada. En esto hay cierta injusticia porque se trató de accidentes, de sucesos involuntarios.
Pero cuando te avientas unas palabras, si no te fijas, no hay accidente y todo se te toma como voluntario, ahí tienes al exmandatario mexicano Vicente Fox que con la mejor intención dijo: El 75% de los hogares de México tienen una lavadora, y no precisamente de dos patas o de dos piernas, sino una lavadora metálica.
El entusiasmo y la emoción te pueden llevar a decir como a Nicolás Maduro, presidente de Venezuela: Hay que meterse escuela por escuela, niño por niño, liceo por liceo, comunidad por comunidad. Meternos allí, multiplicarnos, así como Cristo multiplicó los penes… perdón, los peces y los panes… ¿Me perdonan la expresión?
Godínez, fíjate lo que vas a decir, fíjate en lo que estás diciendo, Cristina Fernández, quien fuera presidente de Argentina, no se fijó cuando dijo: La diabetes es una enfermedad de gente con alto poder adquisitivo. Es porque son sedentarios y comen mucho.
Mira nomás lo que soltó el presidente de Ecuador Rafael Correa: Yo prefiero estar muerto antes que perder la vida.
Una parte de ti pide a gritos que digas algo bonito, profundo, conmovedor, ¡abusado!, que no te pase lo que al ex presidente Bush cuando dijo solemnemente: Si te despiden, te quedas sin empleo al ciento por ciento.
Pero nada tan hermoso como lo que se le salió, porque no puede ser de otra manera a la que fuera vicepresidenta de Guatemala, Roxana Baldetti: Se los juro por la vida de mi madre que ya está muerta.
Anímate, di unas palabras, pero piensa en lo que vas a decir, en lo que vas diciendo. Que no te coma el entusiasmo, la enjundia y la determinación. Evita hacer el ridículo.
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