¿Quién nos puso a dieta? ¿Quién decidió que el valor de las personas está en un número en la báscula?
Por Laura Damián
La palabra “dieta” viene del griego díaita, término con el que los griegos hacían referencia al control de sus hábitos en general, no solo en la alimentación; en 1863 William Banting (quien dirigía una casa funeraria y en un punto de su vida fue obeso) publicó su éxito Carta sobre la corpulencia dirigida al público, donde hablaba de su experiencia al sustituir una ingesta excesiva de pan, azúcar y papas por carne, pescado y verduras principalmente. Esta es considerada la primera dieta “milagro” de la historia.
La cultura de la dieta
Tenemos años y años lidiando con la cultura de la dieta, ¿pero qué es realmente? La cultura de la dieta es este conjunto de creencias que tenemos como sociedad, que existen en torno a lo que es bueno, lo que es malo y a lo que se debe y no se debe hacer, o en este caso, comer. Está en todos lados, no necesitas formar parte de cierto grupo o tener algún estatus social en específico, es algo que escuchamos todo el tiempo, nacemos prácticamente asumiendo que hay una alimentación perfecta que seguir, que hay alimentos buenos y otros malos y hasta que hay ciertos gurús o personas que tienen la verdad absoluta sobre lo que comemos.
Esta cultura de la dieta afirma que los cuerpos grandes están enfermos, que si eres delgado estás sano y que, si tienes sobrepeso, estás enfermo. Sin embargo, hoy sabemos que el peso no es el único factor determinante en la salud, hay personas con obesidad que son metabólicamente sanas y hay personas delgadas, en su peso ideal, pero que metabólicamente están enfermas, es decir, pueden tener colesterol, triglicéridos, etc. Todas las ideas están relacionadas a que si comes de determinada manera eres mejor que el otro, más sano, más longevo; esta serie de ideas están relacionas al miedo a subir de peso.
Ni muy muy ni tan tan
El problema con la cultura de la dieta es que, en el mejor de los casos, es engañosa y, en el peor, dañina. Incluso si todos comiéramos exactamente los mismos alimentos y realizáramos la misma cantidad de actividad diaria, habría una amplia variedad de tamaños corporales.
Hay 170 millones de personas en el mundo con trastornos de la conducta alimentaria y tan solo una de cada diez personas tiene buena relación con su cuerpo: es insostenible seguir pensando que hay algo malo con todos los cuerpos del mundo. Lo importante es que cada persona esté SANA de acuerdo con su cuerpo y sus necesidades.
La idealización actual de un estilo de vida súper saludable puede llegar a ser obsesiva, claro que es importante comer con fines de nutrición, pero hay espacio para todo cuando se tiene una relación saludable con la comida. Y eso no se desarrolla cuando todos los días, desde chiquitos, escuchamos frases como “No te paras de la mesa hasta que comas”, “A las niñas gordas no las quiere nadie”, “Los carbohidratos son malos” o el famosísimo “Eres lo que comes”.
Hacer comentarios a los otros sobre comer sano o evitar el azúcar puede hacer que sientan vergüenza o ansiedad cuando sus elecciones de alimentos son diferentes debido a sus propias necesidades nutricionales, preferencias y accesibilidad. Cada persona tiene su propia historia y necesidades en lo que respecta a la comida, y estos comentarios no invitados pueden ser molestos o incluso desencadenantes. Hay que recordar que nadie tiene la verdad absoluta, que somos personas distintas con necesidades distintas.
Pena robar y que te cachen
Desde el momento en el que nos sentimos avergonzados por lo que estamos comiendo o hacemos sentir mal al otro por lo que está comiendo nos estamos metiendo en un terreno que no nos compete ni siquiera como profesionales de la salud, nosotros podemos guiar o tratar de enseñar, pero no podemos opinar desde el punto de vista médico, porque cada organismo es único y distinto.
El cuerpo hace lo posible por estar vivo, yo no puedo decirle a l otro que haga o no haga algo. Por eso es importante que no nos metamos en la alimentación de los demás. No podemos dejar a alguien que nos permita avergonzarnos de nuestros gustos, hay que tener presente que entre más vergüenza y más culpa, el comportamiento ose vuelve más compulsivo. Sin miedo y sin culpa te comes dos galletas, y si te tienes que esconder, te vas a comer la caja completa.
¿Ando en este círculo?
Desde el primer momento que tú empieces a sentir miedo o inseguridad frente a una pizza, temor de qué van a decir los demás, y comiences a generar estos pensamientos de miedo o inseguridad frente a algún tipo de comida, de entrada ahí ya hay un problema. Desde el momento en que haces un juicio extremo de los alimentos y empiezas a catalogarlos como “buenos o malos”. Cuando lo que soy o lo que puedo lograr en la vida depende de mi cuerpo, de la delgadez o de la gordura, ahí quiere decir que estamos inmersos en este círculo.
Se ha normalizado este juicio, pero hay que ser conscientes y cuestionarnos cómo nos sentimos, identificar cuántos pensamientos tenemos al día con respecto a la comida. Si ya te está trayendo emociones compulsivas, miedo, ansiedad, estas son las banderas rojas y algo nos quiere decir que el cuerpo, por eso es importante analizar nuestra relación con la comida.
¿Cómo salir de ahí?
Hay gente que ha estado inmersa en la cultura de las dietas por 20 o 30 años, por eso hay que hacer una reflexión, hay que mirarnos y hay que ser muy honestos con nuestra relación con la comida, si yo descubro algo en el cómo me siento, ese es el paso que me hará estar listo para generar un cambio. Tienes que identificar en qué fase de disposición al cambio te encuentras, la conciencia y el cuestionamiento son el primer paso, el segundo es informarnos con gente que esté actualizada en el tema y no casarnos solamente con ciertos gurús de la nutrición que dicen que esto o aquello es la verdad absoluta. Con base en la información que tengamos tomaremos una acción. Asistir a una nutricionista, revisar el tema en terapia psicológica, poner límites sanos y saber hasta dónde permitir que te hagan food shame. El antídoto para la cultura dietética es la alimentación intuitiva y la aceptación del cuerpo, reconectarse con las señales de hambre y saciedad, dejar de “satanizar” ciertos elementos y respetar las señales del cuerpo. Ese es el camino.
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