Salud mental
Por: Berenice Villatoro
Ya le dijiste a tu hijo que se ponga a estudiar y no sabes si hiciste bien, aquí te decimos qué es la culpa buena
Pensamos en la culpa como algo que hay que evitar a toda costa… pero ¿y si te dijéramos que no toda es mala? Existe una culpa que no paraliza ni te hunde en drama, sino que te invita a actuar, a reparar, a crecer. Se llama culpa buena y, sí, también se puede practicar. Aquí te contamos cómo identificarla, usarla a tu favor y soltar lo que no te sirve.
Pa’ empezar, vamos a entender qué es la culpa en general, y es que todos vamos por la vida señalando lo que creemos que es, sin que nos demos cuenta de que la psicología la tiene bien definida. “La culpa es una emoción que surge cuando actúas fuera de alineación con tus valores. Por eso es útil”, explica la psicóloga Becky Kennedy, quien nos revela que también tiene una función.
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Es por eso que debemos crear una brújula que nos diga cuándo debe estar del lado positivo, y cuando nos estamos acercando mucho al negativo. “Dices que no a tu hijo porque no puedes comprarle todo lo que quiere en la tienda de juguetes y te sientes culpable. Pero no es culpa. Estás actuando en alineación con tus valores”, comparte.
Para la especialista, la culpa buena es esa sensación incómoda que, lejos de hundirte, te ayuda a crecer.
Es un tipo de culpa que aparece cuando te das cuenta de que hiciste algo que va contra tus valores o dañó a alguien más, y en lugar de castigarte, te impulsa a reparar, a pedir perdón o a actuar diferente la próxima vez. A diferencia de la culpa tóxica, que se vuelve un látigo constante y te hace sentir mal por todo, la culpa buena es como una brújula moral que te guía hacia la responsabilidad, la empatía y el aprendizaje.
En vez de caer en el “¡soy lo peor del mundo!”, la culpa buena comienza con aceptar que metiste la pata, sí, pero sin destruirte. Puedes decirte: “Cometí un error, pero eso no define todo lo que soy”, y reconocerlo con claridad y sin exageraciones, lo que te permite actuar con madurez y no desde la vergüenza.
Esto te conecta con el otro, no solo contigo. La culpa buena no se trata de revolcarte en lo mal que te sientes, sino de entender el impacto real de tus actos para poder repararlo de forma consciente.
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No se trata de decir “perdón” como quien lanza una palabra al aire. Es mirar al otro (literal o simbólicamente), reconocer tu error y expresarlo con empatía: “Me doy cuenta de que lo que hice te lastimó, no era mi intención, pero asumo mi parte y quiero mejorar”.
La culpa buena impulsa acciones. Puede ser desde una conversación honesta, hasta un acto concreto para enmendar el daño. ¿Ofendiste? Haz algo por esa persona. ¿Fallaste en un compromiso? Busca cómo compensarlo. No todo se puede “arreglar”, pero mostrar que te importa ya es un acto poderoso.
El propósito final de la culpa buena es crecer. Pregúntate: ¿qué puedo aprender de esto? ¿cómo puedo hacerlo mejor si me vuelve a pasar? Cuando usas ese malestar como motor para convertirte en alguien más consciente y empático, la culpa se vuelve una maestra, no una enemiga.
Ahora que ya sabes qué es la culpa buena y cómo practicarla, lee esto:
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