Decepcionarnos nos ayuda a ampliar la forma en que vemos las cosas. Se vuelve una forma de aprendizaje si la sabes aprovechar.
Por Jahel Cerón
Esa entrevista de trabajo que no salió, esa felicitación de cumpleaños que no llegó, que no se diera algo con esa persona que te encanta, esa traición de alguien en quien confiabas… Todos nos hemos decepcionado alguna vez y hemos sufrido ese sabor amargo de cuando algo no sale como esperábamos o lo que creíamos que iba a suceder no sucede, ¿a poco no? La decepción es ese sentimiento que si no gestionamos de forma correcta puede esclavizarnos y volvernos unos viejos amargados.
Según la RAE, la decepción es un pesar causado por un desengaño. Más que una emoción, es un sentimiento, ya que una emoción es un impulso que surge de un estímulo, pero el sentimiento es algo que se genera como respuesta a largo plazo. En este caso, la decepción viene de que una situación no resulte de acuerdo con tus expectativas o deseos. La decepción se parece mucho a la tristeza, lleva un poco de enojo y frustración y se manifiesta diferente dependiendo de cada persona. Hay quienes se ponen como energúmenos, mientras que otros no paran de llorar.
No está mal tener expectativas porque también es tener claro qué queremos, qué nos hace sentir bien y qué no. Lo que no está bien es solo vivir de expectativas, inflar esos deseos que no necesariamente son realistas, pensar y creer que las cosas están bien y son válidas solo si se hacen de cierta forma. Porque la mayoría de las veces nos hacemos expectativas que no son ni cercanas a lo que el otro (o el mundo) nos puede ofrecer.
Amargado por gusto
Si te la vives creando expectativas y cayendo en decepción puedes crear un estado de frustración constante y generar cosas que si no se trabajan a nivel personal pueden llevarte hasta a una depresión. ¿Pooor? Pues porque todo el tiempo te estás dando mensajes como “eso no es para ti”, “no eres suficiente”, “es demasiado bueno para ser verdad”. Y toooda esa energía se va conteniendo, ahogando o atorando y entonces te frustras, te vuelves pesimista, pierdes interés en la vida y no te quieres ni levantar de la cama.
El lado bueno
A veces la decepción tiene esta parte buena de llevarte a ver tus áreas de oportunidad, a cuestionarte por qué estás poniendo esas expectativas en personas o situaciones que no lo ameritan y reflexionar. Eso sí, hay que tener humildad para hacernos preguntas como, ¿neta le puse todas las ganas? ¿Los recursos? ¿Qué pude haber hecho distinto? ¿Dónde pude ser mejor?
No caigas en la decepcionada!
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