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Nunca más ¿qué?

Los distintos liderazgos son cómplices por acción u omisión.

Jacobo Dayán

El mundo sería distinto si…

Muy frecuentemente escuchamos la pregunta ¿y yo qué puedo hacer para cambiar las cosas? Ante la falta de representación de los partidos políticos, la violencia desenfrenada y la corrupción insultante, la sociedad se encuentra en un estado de frustración aprendida. Pensamos que nada se puede hacer. Falso, la respuesta está en el fortalecimiento de la ciudadanía.

La frase que engloba la esperanza de un mundo en paz fue creada después del Holocausto: “Nunca más”. Es pertinente y obligado preguntarse nunca más ¿qué? Lo repetimos, y al repetirlo ¿nos comprometemos a algo? ¿Pensamos que se trata solo de nunca más un genocidio como el Holocausto?  ¿Nunca más un genocidio de cualquier magnitud? ¿Nunca más la persecución de manera generalizada o sistemática contra población civil? ¿Nunca más violencia desenfrenada? Y sobre todo, ¿qué estamos dispuestos a hacer para materializar el Nunca más?

Evidentemente cada uno de nosotros puede hacer muy poco o casi nada ante la desestabilización global, el conflicto en Siria, las amenazas de Corea del Norte o cualquier otro conflicto. Allí solo queda estar informado y presionar, en la medida de lo posible, a los gobiernos para que reaccionen. La crisis es del modelo que supuestamente garantiza la paz a nivel global.

Si no podemos incidir en las decisiones de la ONU y las grandes potencias, sí tenemos la capacidad de atender la barbarie en nuestro entorno más cercano. No utilizo irresponsablemente el término barbarie, lo que ocurre en nuestro país desde hace más de 10 años son crímenes de lesa humanidad, es decir ataques sistemáticos o generalizados contra población civil. De nada sirve repetir y repetir “Nunca más” mientras se da la espalda al horror que ocurre cerca de nosotros. No podemos seguir pensando que la retórica oficial de “se están matando entre ellos” es cierta. Tampoco lo es el que se trate de “hechos aislados”. Es falsa y criminal esa narrativa.

Sobran los diagnósticos sobre nuestro país. Todos los expertos nacionales y extranjeros afirman que la crisis de derechos humanos en México es grave, muy grave.

Son las víctimas quienes tienen que rascar la tierra y descubrir cientos y cientos de fosas comunes con miles y miles de cuerpos, las cifras de desaparecidos alcanzan las decenas de miles, los asesinatos los cientos de miles, la trata de personas y la tortura son una constante. En el país se han documentado zonas de exterminio en las que se encuentran decenas y decenas de miles de restos óseos. Los perpetradores son agentes del Estado en sus tres niveles: federal, estatal y municipal, así como miembros del crimen organizado que actúan con la complicidad y/o participación de autoridades del Estado. Todo esto en un entorno de impunidad y corrupción casi absoluta. Más del 95% de los crímenes denunciados quedan en la impunidad. ¿No es suficiente brutalidad como para tomar partido por las víctimas?

Bajo la denuncia de “Fue el Estado” es que se llevan a cabo varias manifestaciones que han intentado llamar la atención de la ciudadanía y de la comunidad internacional. Colectivos de víctimas recorren el país constantemente buscando respuestas de las autoridades con el reclamo de justicia y verdad. La respuesta ciudadana es casi nula al igual que la de la inmensa mayoría de los medios de comunicación.

El vínculo entre corrupción e impunidad con la violación grave a derechos humanos ha sido demostrado en múltiples casos.  ¿Qué lugar han decidido tomar buena parte de las dirigencias sociales y élites económicas, intelectuales y medios de comunicación? Prefieren estar cerca del poder y seguir participando de la cleptocracia en que vivimos, en la que las ganancias económicas y la falsa tranquilidad están por encima de la dignidad y la vida humana. Seguir siendo parte o conviviendo con la corrupción pública y privada, el lavado de dinero, la compra de facturas y dólares baratos que esconden sangre de víctimas, ocultar o maquillar la realidad, no tomar partido, criticar a aquellos que toman las calles en forma de protesta, descalificar cualquier forma de disenso, hacer como si no pasara nada o como si no se pudiera hacer nada, pensar que el altruismo es la posible solución, pisotear el “Nunca más”.

Nunca más ¿qué? Tomar partido por las víctimas o dejar la retórica. La realidad nacional exige compromiso. Los distintos liderazgos son cómplices por acción u omisión. Desde allí se podría empezar a cambiar.

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Experto en Derecho Humanos, historia mundial contemporánea, genocidios y relaciones internacionales.