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Master moi Anuario

Mi experiencia travesti

Más allá del glitter y el maquillaje, la felicidad de poder SER

Eduardo Iniesta

¡Cállense! Ahora sí me quede anonadado, perplejo y patidifuso. Justo cuando pensaba que mi capacidad de sorpresa iba a la baja, descubrí una casa de transformación travesti.

La primera vez que escuché el concepto de casa de transformación travesti me imaginé una onda tipo RuPaul’s Drag Race, en la que vivían, convivían y taconeban hartas travestis en una lucha sin cuartel por demostrar quién era la más bonita. Pero no, resulta que la cosa no va por ahí. Este tipo de casas son organizadas por una travesti Alfa, en este caso, Jovana Petrova, fundadora y anfitriona de la casa PASSION FACE, y cuando digo casa es porque en realidad es una casa allá por Satélite Estado de México.

Y ni crean que porque la casa está hasta la hermana república de Satélite es impedimento para que hombres de cualquier parte de la ciudad y con la cosquillita de travestirse se lancen cada 15 días hasta allá. En punto de las 7 pm comienzan a llegar mochila al hombro hombres de todas las edades, estados civiles, complexiones y orientaciones sexuales (porque sí, hay harto travesti heterosexual por ahí); los más experimentados se van directo al camerino para comenzar su transformación y darle vida (aunque sea por una noche) a su alter ego femenino, mientras que los novatos y a los que aún les da penita comprarse prendas femeninas; son recibidos por Jovana, quien los asesora y pone a su disposición toda una habitación repleta de tacones que van desde el número 6 hasta el 11, vestidos de todas las tallas, una variopinta colección de pelucas y todos los accesorios que se puedan imaginar.

A las nueve en punto de la noche ya no hay ningún rastro de los hombres que entraron a la casa un par de horas antes, ahora en el lugar sólo se encuentran despampanantes y divertidas mujeres de miradas deslumbrantes, pero no por el glitter del maquillaje, si no por la felicidad de poder SER.

Al enterarme de este lugar, bien empeñoso que agarro y me pongo en contacto con Jovana para que me diera chance hacer un reportaje para ¡Qué Importa! el programa de televisión en el que trabajo. Accedió, pero con la condición de que yo también me travistiera para vivir la experiencia de la casa al máximo, y pues ya envuelado dije que sí, total, siempre hay una primera vez ¿no?

Cuando le platiqué a mi esposo la idea de este reportaje, solo me dijo: “Por favor déjeme ir contigo, esto lo tengo que ver en persona y no en televisión”, y que me lo llevo a las grabaciones.

Al llegar al lugar me convertí en el novato de la noche, Jovana ya me estaba esperando en compañía de un par de chicas Ale, que se encargó de seleccionarme el vestido e Ivonne que fue la que me maquilló; Jovana escogió la peluca y los accesorios que usaría, y entre las tres me eligieron unos tacones de aguja del 15 en color rojo y con plataforma. Jamás las perdonaré por eso. Como mis madrinas decidieron que mi nombre travesti sería Gaby, quesque porque me veía como Ana Gabriela Guevara con vestido.

Antes de salir del camerino me enseñaron a “montarme”, que “namás” para aclarar el concepto, consiste en jalarte la parte noble lo más que puedas hacia atrás y después mantenerlo ahí con un par de calzones. Aunque luego se dieron cuenta de que el vestido que traía tenía vuelo y no era necesaria la montada. Sí, también las odié por eso. Después me dieron unas breves clases de dominio del tacón, las cuales reprobé soberanamente.

Cuando me vi en el espejo me di cuenta de que mi lado femenino parecía una especie de experimento genético que definitivamente había salido mal debido a una descarga nuclear. Pero cuando mi esposo me vio dijo: “Te ves… guapa, barbona, pero guapa”. Ese hombre en verdad me ama o todavía está bajo los efectos del toloache que le di hace siete años.

Pero justo cuando pensaba que no había cosa más incomoda que los zapatos de tacón, a Jovana se le ocurrió que sería buena idea de que TODAS fuéramos al súper a comprar botanas. De haber sabido que íbamos a salir vestidos así, me hubiera ahorrado lo de la “montada”, porque una vez en la calle se me subieron hasta la garganta de los nervios. Jamás en mi vida me había sentido tan observado, señalado y sometido a semejante escrutinio; los coches se detenían y hasta metían reversa solo para vernos bien. Y fue justo en ese momento que me di cuenta de que este tipo de dinámicas deberían hacerla todos los hombres por lo menos una vez en su vida para entender que su masculinidad no depende del tipo de ropa que usan, para ponerse en los zapatos de una mujer y vivir por un instante lo difícil que es ser ellas, y ya de paso para respetar el valor de los hombres que se atreven a ser transgresores con el género.

Termina su columna y les deja el reportaje.

 

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mm
Conductor de radio y televisión experto en temas de diversidad sexual. También es un aficionado de encontrarle el lado estúpidamente interesante a la vida.