El tradicional brindis con champagne (o cualquier otra bebida espumosa) da pequeños y placenteros golpes a cada uno de nuestros sentidos.
Se descorcha violenta pero alegremente la botella y se sirven las copas largas. En éstas, de abajo hacia arriba, vemos cadenas de burbujas que comienzan su viaje hacia el exterior, chasqueando sutilmente con el sonido característico de la efervescencia. Al acercar la copa a nuestros labios lo primero que notamos es ese mensaje que cargan las burbujas: el olor de lo que probaremos. Al tocar el líquido sentimos en nuestros labios el suave cosquilleo de estas al tronar. Finalmente la champagne llega al interior de nuestras bocas y podemos saborearla. Esta bebida festiva encanta en los cinco sentidos, y sus características burbujitas cargan con esta responsabilidad.
Las burbujas de cualquier bebida efervescente, como los vinos espumosos y los refrescos, están hechas de dióxido de carbono. En las bebidas alcohólicas este gas es un subproducto de su fermentación, que cuando las botellas están cerradas se encuentra disuelto en el líquido. En el momento del descorche,cambia la presión al interior de la botella lo que provoca que el dióxido de carbono se transforme en las burbujas de tu copa.
El champagne es caracterizado por sus burbujas pues tienen algunas propiedades especiales. La velocidad a la que viajan hacia la superficie es de 30 cm por segundo, y aproximadamente cada segundo se forman 30 burbujas (en una cerveza se forman únicamente 10 en este mismo lapso de tiempo). No existe ninguna relación con la cantidad de burbujas y la calidad del champagne, pero el espectáculo visual ha fomentado esta creencia.
Al llegar a la superficie del líquido, se acomodan en una especie de collar de perlas alrededor de la copa y estallan gracias a que la presión del dióxido de carbono que las forma es mayor a la tensión superficial del líquido, es decir, se llenan demasiado de gas. La energía que liberan al estallar crea ondas de choque auditivas que nos emociona escuchar y que nos acarician la piel. En una copa de champagne pueden haberse creado hasta dos millones de burbujas que no sólo forman una sinfonía auditiva, táctil y ocular, sino también aromática.
Al tronar, las burbujas de champagne desprenden moléculas de olores que nos preparan para su sabor.Sobre el olfato y el gusto creo que lo mejor será que te sirvas una copa recordando las palabras de Dom Perignon al probar su primera: “vengan rápido, estoy bebiendo estrellas”.
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