Lo estúpidamente interesante de la gula

Al parecer todo indica que la ciencia es la responsable

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¿Cuántas y cuántos de ustedes conmemoraron a los libertadores de la patria con tremendo atascón de comida?

Seguro que no soy el único que ayer por la noche agarró valor con el clásico “una vez al año no hace daño” y le entró con singular entusiasmo a los tacos, las tostadas, los pambazos, los sopes, el pozole, el mole y los chiles en nogada (eso sin mencionar el chupe y los postres).

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Nada más les aviso que el “una vez al año no hace daño” solo aplica cuando el resto del año comemos, si no es sano, por lo menos sí de forma moderada. Sin embargo, hay quienes ven en este tipo de festejos una maravillosa oportunidad para justificar su gula por lo menos “una vez al año”.

Aunque propiamente dicho, la gula como tal es una falacia, porque en su calidad de “pecado” bastaría con un poquito de arrepentimiento y harto rezo para que, en el mejor de los casos, pudiéramos ponerle freno de mano a la tragazón o ya de plano y con un milagro onda la Rosa de Guadalupe, sacar en chinga de nuestro organismo todos esos carbohidratos y grasas saturadas con un simple y luminoso destello celestial; más fácil que ir al GYM y más barato que la liposucción ¿Pero saben qué? ¡ESO NO PASA!

Lo que sí es una realidad es la ingesta compulsiva de alimentos, un trastorno alimenticio integrado desde el 2013 al Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría. Para ser diagnosticado con este trastorno los especialistas destacan que la persona debe darse atascones de comida por lo menos una vez por semana y durante un periodo de tiempo superior a los tres meses ¡Ah verdad! ¿Ya ven como el “una vez al año no hace daño” sí es pura justificación para curarse en culpa?

Ya sé que en estos momentos les estoy cayendo de bien gordo por tocar este tema justo en 16 de septiembre. Pero créanme existen causas científicas sobre el por qué hay gente que no puede dejar de comer. Según un estudio realizado por el Instituto Multidisciplinario de Biología Celular de la Universidad de California, no hay personas atascadas, solo gente que contacta con más facilidad con su herencia evolutiva; ya que para nuestros ancestros nómadas, la comida con un alto nivel calórico era necesaria, pero muy escasa y cuando llegaban a conseguirla la comían prácticamente hasta reventar (sí, así como muchos de nosotros en la cena de ayer. Igualito).

Los investigadores de la Universidad de California, también descubrieron que esas ganas locas de comer compulsivamente se detonan desde que el primer bocado de alimento alto en grasas entra a nuestras bocas, estimulando a través del sentido del gusto la zona mesolímbica de nuestros cerebros, la misma que se activa ante la presencia de sustancias como la cocaína, el alcohol, la nicotina o las anfetaminas.

La buena noticia es que estos estudios están encaminados a la creación de fármacos que bloqueen el estímulo que llega a nuestro cerebro y de esta manera evitar que sigamos comiendo sin control. Pero como estoy seguro de que no se tomaron una pastillita como esa antes del atracón de anoche, terminando de leer esta columna se me lanzan correr o al GYM para quemar todos esos pambazos y pozole. Porque esa lonja que se asoma por ahí, tiene toda la intención y capacidad de convertirse en un imperio en constante expansión.

Termina su columna y está convencido de que si las lonjas se quitaran rezando, no habría un solo ateo en el mundo.

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Conductor de radio y televisión experto en temas de diversidad sexual. También es un aficionado de encontrarle el lado estúpidamente interesante a la vida.

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