¡Ya deja este $%&%=% aparato!

¿Está bien o está mal que pasen tantas horas al día pegados al teléfono? No se sabe, pero hay que aprender a manejarlo

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“¿Me estás haciendo caso?” … “¡Ya deja ese aparato un segundo, por favor!” … estas frases igual forman parte de tu vida si tienes hijos de entre unos 12 hasta los 18 años. Sí, sé que el rango es amplio, pero es la realidad que estamos viviendo. Los pre adolescentes ahora no solo tienen un celular, viven con él en la mano.

 

No lo sueltan ni para ir al baño, de hecho, justo en el baño pueden interactuar con el aparato sin molestias y sin papás que estén dando lata. De ahí que lo que se puede hacer en un par de minutos en ese lugar, puede llegar a tomar 20, 30 o más. No te alarmes tanto. Es algo que está pasando en muchos hogares alrededor del mundo.

 

¡Pero si estos aparatos del infierno ya no me dejan interactuar con mi hijo! Es inútil resistirse y más inútil tratar de declarar la guerra contra el aparatito. Tiene las de ganar. Tu hijo va a querer mil veces más platicar con sus amigos/amigas/galanes/prospectos usando SnapChat que contigo en vivo y en directo. ¿Por qué? Digamos que lo diré de la forma más simple y más cómoda desde este lado de la pantalla: es la modernidad.

 

¿Está bien o está mal que pasen tantas horas al día pegados al teléfono? No lo sabemos. Seguro todas las corrientes del estudio psicológico se encuentran ante un gran paradigma: cómo diablos se integró de forma tan importante un nuevo elemento de comunicación en nuestras vidas. No hay respuesta concreta ni sencilla y aquel que se atreva a decir que tiene la respuesta, simplemente está mintiendo. Los “celulares inteligentes” apenas tienen unos siete años en la historia de la humanidad. Siete, no setenta, no doscientos. Es completamente nuevo para todos.

 

Pero no por el hecho de ser tan nuevos quiere decir que no sepamos o tengamos idea de cómo lidiar con ellos. En mi caso, con una adolescente de casi 16, sin duda alguna lo peor que le puede pasar es quedarse sin celular. Hace poco en un viaje de campamento del colegio, al subir al camión tenían que depositar su celular para ser devuelto tres días después. ¿Cómo le hiciste?, le pregunté. Me comentó que sin problema, que no lo extrañó para nada, que todo bien. Pero hay que entender que estaba en su elemento, con sus compañeros de colegio y ocupados todo el día.

 

Así las cosas, ¿cómo balancear la presencia del celular en las manos de nuestros hijos? Con inteligencia. No con imposición. Yo uso de repente mensajes en WhatsApp para comunicarme con ellos. Es increíble como a veces la comunicación es más fluida por ese medio. No hay que pegar el grito en el cielo “pero como es posible, si está a 5 metros de distancia, le tengo que enviar un mensajito”… hay que adaptarse y saber tomar el toro por los cuernos.

 

Estamos ante una situación muy curiosa: le ponemos un celular con una película o un video a un bebé en el restaurante para que “nos deje comer”. Con el paso de los años, nos quejamos que ese mismo bebé cuando crezca no dejará el celular. Entonces, ¿quién tiene la culpa? No sé, cosa de analizarlo y pensarlo. No hay que castigar “te quedas sin celular tres días”, me temo que eso no sirve de nada más que para hacer más grande la dependencia al aparatito, que llegó no para quedarse, sino para incrustarse en nuestras vidas. Queramos o no.

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