No solo es el hecho fisiológico, también son sus consecuencias con la sociedad
La definición de enfermedad según la Organización Mundial de la Salud (OMS) es:
Alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y signos característicos, y cuya evolución es más o menos previsible.
Parece claro, ¿verdad? Suficientemente conciso como para que sea aplicable a todas las clases de enfermedad.
¿De verdad? ¿A todas? ¿Y qué ocurre con la enfermedad mental? Porque podríamos argumentar que la definición la incluye, pero lo cierto es que no parece muy evidente.
Quizás porque, específicamente, se refiere al “estado fisiológico”. Algo que parece apartar a las dolencias relacionadas con el ánimo, las emociones o, de forma más genérica, el cerebro.
Volvamos a la OMS. ¿Propone, quizás, una definición más precisa para la enfermedad mental? No parece ser así. Encontramos que recoge qué es la salud mental, una definición que compartimos plenamente.
La salud mental se define como “un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”.
Lo cierto es que sigue existiendo un serio estigma asociado a las enfermedades mentales.
Las estimaciones del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta (CDC) hablan de que solo una cuarta parte de las personas que las padecen se sienten apoyadas por la sociedad. El resto vive en un mundo que guarda una absoluta falta de compasión o empatía hacia ellos.
A pesar de la información, de la popularización y, en cierto modo, la coloquialización de términos como “depresión” o “ansiedad”, la mayoría de las personas siguen pensando que quien sufre estos trastornos puede ejercer algún tipo de control sobre ellos.
Todavía tenemos algunas actitudes, en la mayoría de las culturas, que ven los síntomas de la psicopatología como incómodos o amenazantes. Y son estas actitudes las que provocan la discriminación de las personas con problemas de salud mental.
Esto se deja ver especialmente cuando quien los sufre lo hace público. No es raro que viva un proceso de exclusión o aislamiento de su núcleo social o laboral como respuesta.
En una reciente investigación se encontró que un tercio de trabajadores ocultarían un problema de salud mental a sus jefes, preocupados por cómo podría afectar a su puesto de trabajo. Y más de la mitad confesaban que se sentirían preocupados si trabajasen con alguien con algún tipo de trastorno mental.
Sin embargo, a pesar de estas opiniones o preocupaciones, lo que parece ser cierto, según sugiere la encuesta, es que quien comunica abiertamente su enfermedad trabaja de una forma mucho más efectiva y comprometida que quien no lo hace. Ser honestos ayuda, entre otras cosas, a explicar las posibles ausencias debido al tratamiento.
Carolyn Dewa, autora de este estudio, señala que al menos el tres por ciento de la población ocupada padece un problema de salud mental a corto plazo durante el año. El desconocimiento asociado a este tipo de enfermedades previene al trabajador buscar ayuda, con el consiguiente perjuicio para él y para su desempeño laboral.
Este fenómeno de exclusión está enraizado profundamente en el desconocimiento de las características y tipos de problemas mentales.
No vamos a poner en duda que se ha avanzado mucho en su estudio y tratamiento, pero nos queda un largo camino por recorrer para, al menos, poner la enfermedad mental al mismo nivel de consideración social -y sanitaria- que tienen las enfermedades “físicas”.
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