Si algo le hace falta al mundo es gente emocionalmente sana: líderes, maestros, padres de familia, etc. La mejor manera de lograrlo es empezar a trabajar en ello desde casa.
El éxito de una persona, según el Consortium for Research on Emotional Intelligence in Organizations, se debe 77% a su inteligencia emocional, y solo en un 23% a su inteligencia cognitiva.
Por eso es importante darles las herramientas necesarias para que puedan desarrollar su inteligencia emocional, y en ese sentido, lo primero que tienen que hacer es identificar sus propias emociones. ¿Cómo esperamos que un niño controle su enojo y deje de hacer berrinches si no sabe que la emoción que está sintiendo es algo que experimentamos todos y, sobre todo, que se puede controlar?
Cuando los niños entienden sus propias emociones empiezan a entender las de los demás, empiezan a ser empáticos y a desarrollar sus habilidades sociales.
Para Sonja Lyubomirsky, doctora en Psicología Social y de la Personalidad, el nivel de felicidad de una persona está determinado por tres factores: la genética, que influye aproximadamente en un 50%; los aspectos circunstanciales de la vida (salud, capacidad económica o estatus social) que influyen en un 10%, y las decisiones personales, que representan el 40%.
¿Qué nos dice eso? Que aun cuando la felicidad no depende por completo de nuestra actitud o de las habilidades emocionales que logremos desarrollar, sí tenemos mucho por hacer, y es justo en ese terreno en el que los papás deben trabajar a favor de la salud emocional de sus hijos, pero no solo de ellos, sino de la suya como papás, ya que es muy importante entender esto: las emociones se contagian.
Ayúdalo a entender lo que siente. Puedes decirle: “Veo que estás enojado. Algunas veces, cuando estamos enojados, no queremos hablar. Nos dan ganas de romper cosas o de pegar, nuestra respiración se acelera. Entiendo que te sientas enojado. A todos nos pasa”.
Ayúdalo a expresar lo que siente. Dale la confianza que necesita para poder expresarse sin que lo juzgues. Escúchalo, hazle saber que lo entiendes y no le pongas etiquetas.
Sé empática con sus emociones y ayúdalo a encontrar soluciones.
Ayúdalo a manejar lo que siente. Para ello, puedes utilizar la técnica del semáforo. Dibuja un semáforo en una cartulina y explícale su funcionamiento, que es similar al de los de la calle. El rojo significa que debemos detenernos a pensar. El amarillo representa la duda: no sabes qué hacer ni qué podría ocurrir según lo que decidas, así que es mejor andarse con cuidado. En cambio, cuando estamos en verde es porque tenemos claro qué hacer y estamos listos para avanzar. Cuando te des cuenta de que una emoción está rebasando a tu hijo, llévalo al semáforo y pídele que él mismo se ubique en un color según cómo se sienta. Esto es muy útil para que aprenda a controlar sus impulsos.
Aprovecha cualquier situación para hacerle entender sus emociones y las de los demás. Pregúntale cómo se siente, cómo cree que se siente su amigo, su maestra, incluso el personaje de un libro o de una película.
No intentes evitar que se sienta frustrado de vez en cuando, mejor deja que aprenda de su ella. Velo como una oportunidad para que aprenda a manejar las dificultades que se le presenten.
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