¿Hago mis maletas de una vez o todavía hay chance?

Para salir del limbo y poder tomar una decisión que te libere de una relación que ya no te llena, sigue estos pasos:

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Reconoce tu malestar
No te engañes, acepta que no la estás pasando bien y sé consciente del tiempo que llevas evadiéndote para no enfrentarte con lo que no te gusta. Reconoce que ya no tienes ganas de ver a tu pareja, que casi ni hablan y que lo que te dice apenas te importa. De sexo ya ni hablamos y el día a día es algo rutinario lleno de cortesía vacía.

Detecta el ciclo de la indecisión
Empieza con un momento de calma seguido por una lenta acumulación de tensión y malestar. La insatisfacción acumulado explota. Después sientes remordimiento y miedo, seguido por otro periodo de cuestionamiento: “¿me voy o me quedo?”, que desaparece cuando regresa de nuevo la rutina. Se vuelve a acumular tensión e inicia de nuevo el ciclo. Este patrón pasa en todas las parejas, pero entre quienes dudan de irse o quedarse se da con más frecuencia y con mayor intensidad.

Deja de sumar y restar lo “bueno y lo malo”
Esa evaluación constante que le haces al otro es una autoengaño de que estás haciendo algo por encontrar la respuesta, pero al final se repite el ciclo de la indecisión, aumenta el distanciamiento y los sentimientos encontrados.

Cuestiónate cómo quieres vivir
Saber lo que tiene valor para ti (más que lo que hace o no hace tu pareja) te permitirá luchar por conservarlo. No se trata de que el otro te dé todo lo que necesitas, sino lo que tú quieres para que tu vida tenga sentido. Cuídalo y trabájalo. Haz una lista con lo básico que necesitas en una relación. Seguramente el enojo que tienes con tu pareja es porque hay algo de eso que es importante que no está pasando.

¿Qué necesito hacer para vivir como quiero?
Qué depende de ti para que esos básicos estén en tu vida y qué depende del respeto y apoyo de tu pareja. A veces no damos los primeros pasos para satisfacer nuestras necesidades y esperamos que sea el otro quien adivine y llene nuestras carencias. Morimos de pánico de hacer válidos nuestros deseos. Nos da miedo que nuestra pareja nos juzgue. No esperes que el otro adivine, ¡pide y negocia! Si tu pareja no hace caso de tus necesidades y valores, es claro que entonces no vale la pena seguir.

Mide el riesgo
Si hay enfermedades mentales, abuso del alcohol y otras drogas, o violencia, la cosa se pone peligrosa, es difícil seguir en una relación así. Y cuando digo violencia no hablo solo de golpes, incluye también maltrato verbal, control económico, abuso del tiempo del otro, y cuidado sobreprotector, esa persona que no deja al otro ser libre para tomar sus decisiones. Si reconoces a tu pareja en alguna de estas categorías y no lo acepta ni pide ayuda, es hora de salir corriendo. Tú no eres responsable de la situación del otro ni te toca resolver el problema.

¡Sálvate!
Si la sensación de depresión, desesperanza y autodevaluación te ahoga, es muestra clara de que la situación te está sobrepasando. ¡Pide ayuda! Quizá dices “yo no estoy en riesgo” pero el aburrimiento y la “sequía” son parte de tu relación. No se necesita llegar a los extremos para reconocer que no vale la pena seguir juntos. Tal vez ya no te entusiasma compartir con tu pareja. Tal vez lo que te unió alguna vez ya no existe: porque se logró, porque se agotó o porque se frustró. Hay que actualizar la relación con una nueva historia compartida, o bien agradecer lo vivido y saber decir adiós.

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