¿Eres el rey de la grosería cuando hablas en público? Tu boquita y sus palabrotas no son la opción
Le pidieron al doctor Vedolla que explicara cómo era su trabajo a un grupo de preparatoria del colegio de sus hijos, la intención del profesor era conseguir vivencias para orientación vocacional.
La charla comenzó con cierta tranquilidad, pero, pasados algunos minutos los jovencitos comenzaron a reírse; como el doctor se dio cuenta que captaba la atención y que le celebraban lo que decía, se despojó de todo pudor y las palabras que al principio habían sido sólo pinches se fueron convirtiendo en pend… y cabr…
A pesar de su éxito el doctor Vedolla no volvió a poner un pie en la escuela, ¿por qué, qué pasó? Todo hace parecer que la gente en general todavía no tiene una muy buena impresión de quien dice en público palabras que se han considerado como groseras. Sí, se ríen, sí, las aplauden, sí, hasta las imitan, pero no acaban de aceptarlas.
No hace más de treinta años la gente que se decía educada, a la que se llamaba decente, solo usaba groserías para hablar con amistades cercanas. Delante de personas ajenas, de personas mayores, incluso de hermanas o familiares de respeto, nadie se atrevía a soltar un cabr…, un pend… o un pu…, vaya ni siquiera un güey o un pinche o un ching…
En las que se llamaban buenas familias y en aquellas que aspiraban a serlo, hablar sin las que llamaban ordinarieces de carretonero era un valor y lo cuidaban porque se pensaba, y no sin razón, que las palabras norman el pensamiento. Como hablas piensas y como piensas hablas escribió el filósofo alemán Ludwig Wittgenstein.
Y más, expresiones como está de pelos, no manches, esas son jaladas, o como está cañón, que tienen su origen en alusiones al crecimiento capilar en el pubis o a la eyaculación fuera de sitio, han sido repetidas con toda naturalidad por párrocos, políticos y por respetables amas de casa.
Ya pocas abuelitas dicen chamaco de porra, escuincle tarugo, si serás baboso, pingo del demonio; ya poco se oye te voy a lavar la boca con jabón, te voy a voltear la cara de un manazo.
Bueno o malo, el que uses las que se llamaban palabrotas, digamos que te puede funcionar en un principio, pero considera que todavía hay mucha, mucha gente a quien no le gusta, a quien no le parece, incluso puede cerrarte algunas puertas.
A. Si puedes, no las digas.
Existe relación entre lenguaje violento y violencia. Patricia Evans lo explica en su libro Abuso verbal: la injuria precede al primer incidente de violencia y está siempre ´presente en una relación agresiva.
Es posible que te arrastre la costumbre, la moda, la suposición de que vas a caer bien, pero si todavía tienes otras opciones, mejor no las digas, tus públicos también las dicen, pero no en público.
B. Si las dices, aguanta.
No eres más cercano ni más agradable ni más interesante si las dices, tal vez más gracioso, pero considera el refrán “Quien se ríe se lleva”, así que si alguien al finalizar te pregunta “entos qué cabroncito, ¿te los chingaste o no?”, aguanta, aguanta porque tú lo propiciaste.
C. Haz conciencia de lo que vas diciendo.
Esos hijos de la … se llevaron los pinches recursos para joderse a todos los put… cabr… que…, párale, fíjate lo que dices, son muchas en menos de quince segundos. Cuidado, si ya las vas a decir que sean en plena conciencia y no porque se te van saliendo.
D. Mídete.
Cuando estás de buenas y dices una palabrota, tal vez se oiga muy simpática y sea la justa, la precisa para la ocasión; pero, cuidado, si estás de malas, esa misma palabra puede resultar una bomba.
E. Alguien te va a imitar.
No mames Juanito, ya cómete la pinche sopa…, no me joda señor Reyes… Cuidado, no te quejes de que tus hijos se quejen diciendo no manches, hasta mi mamá dice no manches.
Si tienes la opción de decir de distintas formas lo mismo, muy bien, pero si te das cuenta que tienes sólo una opción, estás en problemas, y si tienes hijos, en más problemas.
Es una contradicción que te pongas en contra del bullying o de la violencia de género, y llegues a tu casa diciendo: dejen de decir pinches groserías porque se oyen de la ching…
Si a las descalificaciones, las ironías, los sarcasmos, las burlas, la discriminación se manifiestan con palabras, nomás imagina el impacto que adquieren cuando se trata de palabrotas.
Piensa: un golpe está más cerca de que digas pendejo que de que digas idiota, aunque las dos sean igual de violentas.
Ándele, a buscar sinónimos.
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