A veces sabes peeerrrfecto lo que tienes que hacer y, aun así, no hay forma de que te convenzas de hacerlo. Deja de flagelarte y entiende de una vez por todas por qué tu cerebro no te deja ponerte las pilas
La historia es así: nos decidimos a hacer ejercicio, que no a todos nos gusta, empezamos dos, tres días y pues como no vemos resultados ya nos rendimos. La cosa sería diferente si a las dos horas de hacer abdominales ya se nos viera aunque sea un asomo de cuadritos, entonces seguiríamos con el ejercicio tres, cuatro, diez meses hasta que te vieras espectacular. Y como no ves nada en la báscula ni en tu ropa, tu cerebro, que ama la recompensa inmediata se debate entre dos opciones: ponerle más atención a lo malo y destruirte el día o pensar en lo positivo y buscar construir la felicidad. ¿Qué crees que es más fácil?
El problema principal es que el cerebro, para hacer algo necesita: estar motivado, una ganancia secundaria o la experiencia de que lo que está haciendo realmente le va a servir para el futuro.
El cerebro necesita para tomar nuevas decisiones una motivación, el problema es que si esta motivación no se fortalece, si no hay una liberación de betaendorfinas, adrenalina y dopamina, el cerebro dice, para qué estoy haciendo esto, si no me sirve, necesito el estímulo interno.
ASUMIR PARA MAL
Otra cosa es que cuando no estamos motivados y no sabemos de la ganancia que viene, nuestro cerebro lo que hace es asumir. Y el 75% de nosotros asumimos que lo que va a pasar es malo. ¿Y el otro 25%? Bueno, ese porcentaje suele ser el más experimentado, ya tiene madurez, ya tiene experiencias distintas, se ha ido adaptando.
El principal proceso para hacer a tu cerebro cambiar de idea es saber que quizá lo que hagas no salga como quieres, pero también saber que no pasa nada si no sale.
LA IMPORTANCIA DE LA EXPERIENCIA
Esta parte es súper importante. Cuando no sabemos nada de lo que va a pasar automáticamente hacemos sesgos, somos muy subjetivos. Pero esas ideas preconcebidas que nos llegan de inmediato, realmente no sabemos si son ciertas o no, entonces eso es lo que hay que dejar atrás. No porque a ti no te haya servido una dieta quiere decir que a mí tampoco me va a servir.
La gran mayoría de los humanos, ante nuevas reglas, estrategias o cambios como los que estamos viendo últimamente, siempre automáticamente, los pone en duda, los minimiza, los obvia o no los lleva a cabo siempre.
UNA Y OTRA Y OTRA VEZ
La gran mayoría de nosotros necesitamos que nos expliquen varias veces las cosas. Literalmente casi todas las cosas. Y no es por necios o por que no queramos entender, sino que el cerebro necesita, o experimentar la situación o que se le explique varias veces de diferentes formas y durante un promedio de 28 a 30 días.
ADICTO AL RIESGO
Otro asunto que nos impulsa a tomar nuestras propias decisiones equivocadas sabiendo que lo más seguro es que no resulten (por ejemplo querernos pasar el alto, comprar algo que se pasa del presupuesto o seguir saliendo con alguien que sabemos que no nos hace bien) es que cuando le dices que no haga algo a tu propio cerebro y de todas formas lo hace, libera dopamina y adrenalina. ¿Y eso qué? Pues te hace sentir increíble y al cerebro le fascina. Además, la corteza prefrontal disminuye su activación, lo lógico se te quita y a tu cerebro le encanta esta sensación de riesgo.
PERO POR QUÉ
Entonces ¿cómo resolvemos un problema? Explicándolo constantemente y aquí las cosas se complican porque estamos analizando tres vertientes:
Entonces, estos tres factores se mezclan y cuando tenemos una conversación —ya sea con alguien más o hasta con nosotros mismos— lo que quiere nuestro cerebro, lo que hemos aprendido y lo que nos dice la sociedad, todo lleva a una sola cosa: tener la razón.
Y si lo que queremos es tener la razón, nuestros sesgos nos llevan justo
a no querer aprender cosas nuevas.
¿Y qué crees que pasa cuando sabemos que tenemos la razón? Liberas más adrenalina y dopamina, que te hacen pensar que desde el principio tenías la razón y te llevan, nuevamente, a quitar del camino lo que no te conviene o no queda con tu argumento, sesgando tooodavía más tu cerebro y creando un círculo vicioso.
Aquí hay que analizar las complejidades de los aprendizajes sociales y lo difícil que es pedirle a nuestro cerebro que cambie su percepción cuando la opinión social influye tanto en nosotros. Entre un 30 y 40% de la población se niega a aceptar nuevos conceptos.
Una de las razones por las que pasa esto es que cuando no sabes por qué tienes que hacer algo, te sientes vulnerable. Y nadie quiere sentirse vulnerable.
¿SE PUEDE CAMBIAR?
Sí, pero es mucha chamba porque es ir en contra de ti mismo, de quien eres. Acuérdate que entre los siete y los catorce años de edad se conectaron las zonas del cerebro que se dedican a aprender y memorizar, donde se generan e interpretan las emociones y posteriormente se toman las decisiones. Entonces, si a esa edad nos ignoraron, nos mintieron y nos desafiaron, de adultos vamos a repetir este círculo vicioso. Y esos adultos son los primeros en decir “eso no es cierto” aunque tengan la evidencia enfrente y ese es el grave problema al que nos enfrentamos hoy en día. Estas broncas, entonces, de no creer, de no querer cambiar, no es solamente decir “pues cambia y ya”. Se necesita un trabajo muy fuerte desde el punto de vista psicológico, terapéutico, porque no es nuevo, o sea, no apareció ayer. Es un procesamiento social de años. Y cuando quieres racionalizar con una persona que parece que lleva siglos pensando así, el simple hecho de que le di- gas que no está pensando bien hace que se cierre a la información.
Neuroquímicamente, el cerebro se dispone a pelear y en ese momento se vuelve menos inteligente porque está tratando de protegerte.
Entonces, ¿qué hacemos? La primera opción es experimentar el riesgo y saber que te hace mal, pero eso no siempre acaba bien. La segunda es REPETIR, REPETIR Y SEGUIR REPITIENDO. No hay de otra. Dale a tu cerebro el mismo mensaje una y otra y otra vez, para que si tienes un cerebro inmaduro no necesite experimentar algo para entender que realmente no le hace bien.
Ir contra nuestro propio cerebro no es sencillo, menos cuando lo que busca es protegerte, pero si tú mismo te insistes, te aplaudes cuando logras algo que pensaste que no podías, tu cerebro se va ajustando y entiende lo que realmente es lo mejor para ambos.
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