Compartir de vez en cuando los momentos NO taaan felices puede ser bueno tanto para ti, como para tus seguidores
El acceso universal que nos dan las redes sociales ha cambiado nuestra forma de comunicarnos entre nosotros y con el mundo. Tenemos respuestas inmediatas a cualquier pregunta, nos enteramos en tiempo real de los temas que nos interesan y expresamos lo que sentimos, queremos y hasta lo que nos hace enojar en el momento y con respuesta instantánea de toda una comunidad que yo puedo controlar en cuanto al acceso a mi vida.
Todos estos elementos han generado un nuevo e inesperado “Manual de Carreño digital”, gobernado por emojis, gifs, memes y una piel más gruesa (o no) para aventarse a leer comentarios sobre nosotros mismos. Por lo mismo, nuestro cerebro ha registrado estos cambios y ha desarrollado mecanismos adaptativos para funcionar óptimamente de acuerdo con estas modificaciones gracias a herramientas como la neurogénesis y la plasticidad neuronal.
¿QUÉ HA CAMBIADO?
Áreas del sistema nervioso, como el sistema límbico, los centros de la recompensa y la corteza prefrontal han evolucionado conforme a las necesidades actuales. Han aumentado nuestra capacidad de manejar varios temas de forma simultánea, se incrementó nuestra base de conocimiento y podemos profundizar todo lo que deseemos en aquello que despierta nuestro interés. Procesamos innumerables datos, aprovechamos los que nos convienen y desechamos muchos, prácticamente, tenemos cualquier información a nuestro alcance. Pero lo que realmente ha pasado en nuestro cerebro es lo siguiente.
Posteo algo y veo la respuesta casi luego luego. Los likes, comentarios y las veces que se comparte mi publicación me hacen sentir valioso, reconocido y apreciado. Hace rato mencionamos a los centros de recompensa que se encuentran en los ganglios basales del cerebro, potentes en dopamina, el neurotransmisor del placer. Pues nos hemos convertido en expertos en dar y pedir placer digital en nuestras interacciones, seguramente con comportamientos incluso adictivos que tenemos que regular. Me hace hasta salivar pensar que lo que yo publico puede trascender y cambiar la forma de pensar de miles más. Todo esto tiene riesgos porque cada vez necesitas más dopamina y te puedes llegar a obsesionar con tus publicaciones a tal grado que no puedas dormir o tener una conversación con alguien.
Hemos tenido que aprender a enfocar nuestra atención en varios temas, en ocasiones sin éxito, y a manejar de forma correcta el tiempo que dedicamos a estar conectados con la red. Pasamos tanto tiempo en las redes evitando lo que sí tenemos que hacer, que nuestro cerebro pierde la capacidad de identificar qué estaba haciendo y, por lo tanto, de hacer bien esa tarea.
Si las usas justo antes de dormir, la luz azul que le dice a tu lóbulo frontal que tienes que pensar y estar activo te mantiene despierto. Como nos hemos vuelto medio adictos, nos acostamos en la cama a pasar revista de las redes, de todo lo que según nosotros no vimos en el día y esa luz de longitud de onda azul le dice a nuestro lóbulo frontal que tenemos que estar pensando y despiertos. Pero ya estamos en la cama y es de noche, entonces nuestra corteza cerebral se confunde, no sabe si la orden es “vete a dormir” o “sigue pensando y metabolizando la información que te llega”. Hay que dejar dispositivos al menos una hora antes de dormir.
La inteligencia artificial que maneja las diferentes redes sociales hace que el universo de información que se me presenta sea en el que yo paso más tiempo, el que leo más o el que comparto con frecuencia. O sea, solo lo que creo y me gusta es lo que me enseñan. Es un sesgo de datos que simplemente fortalece mis posturas polares en diversos te- mas, ya que cada vez me aparecen menos los comentarios que no me gustan o que pertenecen al “bando contrario” a mi forma de pensar. Tenemos que estar muy conscientes de que las interacciones entre personas a las que no les vemos la cara, nos hacen más libres y contundentes en lo que decimos, y esto convierte a la red en un territorio donde frecuentemente solo hay dos posturas ante un asunto, perdiéndonos la posibilidad de encontrar más formas de pensar y de activar nuestro ingenio. Esto es uno de los peores efectos de las redes en nuestro cerebro, eliminar nuestra capacidad de ver más allá de lo que hace nuestro grupo.
Estas redes han tenido como resultado colateral el que nos aislemos momentáneamente del contacto con el “mundo real” durante los momentos en que nuestro foco atencional está centrado en el “mundo virtual”. Por culpa de un fenómeno conocido como FOMO, fear of missing out o temor a perdernos de algo, aunque sea virtualmente, nos impide mantenernos atentos a lo que pasa en nuestro entorno real. Como no podemos poner atención a todo al mismo tiempo, nos perdemos lo que pasa allá afuera.
Todos estos son fenómenos inacabados y presentan cambios constantes que exigen adaptaciones a la misma velocidad, por lo tanto, no nos queda más que aprender por ensayo y error cómo aprovechar las redes sociales para nuestro beneficio y no para aislarnos y alejarnos de un correcto equilibrio entre el mundo virtual y el real.
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