La imagen que tenemos en nuestra cabeza de una persona deprimida es de alguien que está triste todo el día y tirado en un sillón llorando. Pues resulta que no. También a veces, parece que todo está muy bien y que aquí no pasa nada
Mi experiencia muy (¡MUY!) cercana con la depresión, es una de esas. Dónde todo parecía que estaba perfecto, hasta que de pronto un día, todo se rompió…
Hoy, sé leer las señales y he tenido “la suerte” de poder ayudar –creo- a otras personas y decirles que eso que les pasa, no se llama “estoy agotado”, “es una mala semana”, “tengo hueva siempre” , que sentirte siempre mal –off– con tu vida, aunque “tengas todo para ser feliz” y, simplemente, nada te de gusto o tantita emoción, no, no son mood swings normales.
Se llama depresión. Una enfermedad como cualquier otra, que nos urge empezar a entender y atender, así y dejarnos de hacer pendejos.
La depresión es la tristeza y la soledad del alma expresada en el cuerpo y necesitamos integrarla como una realidad y desestigmatizarla.
La OMS calcula que “la depresión afecta a más de ¡300 millones de personas! en el mundo, es la principal causa mundial de discapacidad y contribuye de forma muy importante a la carga mundial general de morbilidad porque, en el peor de los casos, la depresión termina en suicido”.
Échense ese trompo al dedo….
La parte más alarmante de la depresión, es que la mayoría de las personas deprimidas no solo no saben que están deprimidas, sino que se niegan a aceptar que puedan estarlo porque “no estoy loco”.
Eso pasa por dos cosas, uno, la falta de información, y dos, la poquísima cultura de prevención y aceptación hacia el tema. Y eso. ¡ESO! Es lo que tenemos que empezar a cambiar para dejarnos de despertar con noticias y pérdidas irreparables como las de la semana pasada de Anthony y Kate, y las miles que hay cada día -para ser exactos una cada 40 segundos en el mundo según la OMS- de las que no nos enteramos por no ser personas públicas pero que, no olvidemos, son papás, mamás, hijos, hermanos, primos, abuelos de alguien y que al irse, cada uno de ellos, deja una familia rota para siempre.
800,000 personas se suicidan cada año y en México, la Secretaría de Salud estima que cada 24 horas, 16 jóvenes de entre 12 y 24 años terminan con su vida por diferentes causas.
¡Putísima madre!
El índice de suicidios en jóvenes se ha duplicado en los últimos años. ¡En jó-ve-nes! Esa es la parte de la vida en dónde quieres comerte al mundo de un bocado, todo es increíble, tienes seis mil proyectos para el mismo día y nada es suficiente nunca… ¿se acuerdan?
¿Qué coño está pasando?
No soy especialista, pero mi teoría es que una vez más, esto tiene que ver con nosotros.
Contigo y conmigo, papá y mamá.
Si bien es cierto que hay muchas razones científicas, que la herencia genética es determinante y que, por supuesto el hecho de que por alguna razón los neurotransmisores cerebrales (que son como las carreteras de la información cerebral) de pronto un día se caigan, se llenen de baches y se les desploman los puentes, la depresión tiene MUCHO que ver también con la historia de la persona, con sus heridas infantiles, con la atención que recibió, el trato que se le dio y en resumen, el caso que se le hizo. Las circunstancias de vida son la estocada final y son probablemente, las que hacen que la enfermedad “se active”: quedarte sin chamba, tener hijos, pasar por un duelo, presiones económicas, una tragedia familiar etc…
La depresión, siempre, es multifactorial.
Nosotros, somos sin duda un factor determinante en la vida y formación de nuestros hijos y me parece, que en aras de “darles su espacio” “respetarlos” y “aceptar que son otras épocas” o “ya están grandes” estamos cometiendo la enorme pendejada de dejar completamente solos a nuestros hijos.
Porque no. No es cierto que calidad es mejor que cantidad. Los niños necesitan TODO el tiempo que podamos darles y que ¡además! sea tiempo de calidad. Necesitamos estar ahí, con ellos, para contenerlos, quererlos, guiarlos, jugar, educar, limitar, contener y sobre todo para verlos.
La mirada de los padres sobre los hijos es algo así como la materia prima para construir un adulto funcional. Saber que eres visto, hará que en el futuro no sientas que tienes que hacer cien millones de pendejadas para que te hagan caso.
Nada es nunca una garantía, pero les aseguro que saberse vistos, amados y realmente contenidos, será una gran vacuna, por lo menos, para saber que no hace falta llamar nuestra atención…porque ya la tienen.
Tenemos que contener mejor a nuestros hijos. Ponerles limites claros. Ser consistentes. Hacer que convivan y hagan vínculos reales en persona. Canalizarlos a los deportes y promover que tengan una vida lo más activa porque…. ¡dopaminas! Regular los contenidos y tiempos de pantalla. Meterles en la médula que la aceptación, el amor propio y la validación NO vienen de los likes. Dejarles bien claro que las redes son un holograma, una fantasía y que su amiga “perfecta” probablemente esté muy lejos de serlo.
La presión a la que están sometidos nuestros hijos cortesía de las redes sociales es, para mi gusto, una de las principales causas de depresión. Compararse continuamente con todos, sobretodo cuando todos, están llenos de poses y filtros, es el camino a la locura.
Necesitamos asegurarnos de no dejarlos solos, acompañarlos en sus procesos y muy especialmente: que sepan que son parte de algo más grande que ellos. Ese es el valor de las familias y la razón por la que es tan importante fletarte el evento familiar (ese que tanta hueva te da) o respirar profundo en navidad y aventarte el trámite o, disfrutar y fomentar al máximo todos los planes que puedas con tus parientes queridos.
Sabernos parte de una tribu es fundamental para copear con lo que sea que la vida te ponga enfrente. Saber que si la cagas, te enfermas, o te pasa cualquier cosa tienes un lugar a donde ir, es el palitos uno del arraigo y el arraigo es determinante para superar una depresión.
Nada nunca va a garantizar nada. A veces, las cosas pasan porque si. Pero saberse parte de una manada a dónde uno puede ir, pedir ayuda y derrumbarse abiertamente, es la gran diferencia en la vida. Lo digo por experiencia y agradezco profundamente la fortuna de ser hija de mis papás y la hermana de mi hermana. Siempre puedo volver. Siempre alguien me va a cachar. Siempre.
La depresión y el suicidio tienen mucho mejor caldo de cultivo cuando la persona se siente sola, cuando el núcleo familiar no es sólido y se queda en lo superficial…cuando las figuras paternas no supieron estar.
Necesitamos estar más con nuestros hijos. Conectar. Mirar. Aceptar. Hablar. Abrazar. Estar. Estar. Estar…siempre estar.
Fundamental también, enseñarles a pedir ayuda. No está mal estar mal. Se vale llorar. Se vale decir no puedo, estoy perdido, ¡ayúdenme!
Y por supuesto ¡hablar del tema! ¡de todos los temas! Que sepan que en casa se puede hablar de todo sin que nada sea tabú y que siempre estaremos ahí para escucharlos.
Abre la conversación. Pon todos los temas en la mesa. Hablemos de sexo, de drogas, de depresión, de suicido, de homosexualidad, de pornografía, de anorexia, de alcoholismo y de cualquier otro tipo de adicción. Porque ESAS son las realidades de nuestro mundo.
Nuestros hijos se van a enfrentar a todas y nosotros también.
Empoderar a los hijos no es atascarlos de cosas, de viajes, de fiestas y de marcas. El poder, hoy, querida mamá y papá, es la información y si realmente quieres darles herramientas para la vida, lo que necesitas empezar a ofrecer es eso: toda la información necesaria.
Es terrible ver a un ser querido ahí. Terrible. Es como si uno de los dementors de Harry Potter succionara el alma de ese que quieres y te dejara una piltrafa de ese que conocías. La cuota familiar es enorme. Hay que atenderse (todos), ponerse en manos de expertos y tener a alguien cerca que te diga que todo va a estar bien. Porque sí. Sí se cura. Y no. No estás loco.
Estamos perdiendo a muchos de nuestros chavos siendo la segunda causa de muerte mundial en jóvenes de 15 a 22 años -se me salen las lágrimas al escribirlo- y a muchos de nuestros chingones.
Estemos al pendiente de nuestros hijos, nuestras parejas, nuestros parientes. De los “fuertes”. Los “felices” “exitosos” y “completos”. De los que siempre están cansados, agobiados, insatisfechos o, al revés, son suuuper alegres y mega cool. De los que se quejan por años de lo mismo y nunca cambian nada. De los que se van apagando. De los que nomás no se reponen de su duelo. De los que han sido el apoyo de alguien más durante mucho tiempo y la vida ya los alcanzó, ellos también la pasan muy mal.
A veces, la gente que necesita ayuda se parece bastante a la gente que no necesita ayuda…
Necesitamos parar las estadísticas y ser mucho más conscientes de esta epidemia de profunda tristeza del alma que nos está ganando la partida…
Check on your loved ones today…and every day.
Empieza hoy.
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