No es lo mismo tacaño que codo, aquí te decimos por qué. Al tacaño le da estrés y ansiedad.
Los compradores compulsivos son los que siempre terminan acaparando toda la atención de psicólogos y economistas. Pero ¿quién piensa en esos pobres estreñidos de bolsillo? ¿A ver, quién?
En México la palabra tacaño se ha convertido en un término compuesto, porque la gran mayoría de las veces que la usamos le anteponemos el adjetivo demostrativo “ese”, seguido del sustantivo abstracto “pinche” y rematando con el adjetivo calificativo “tacaño”. O sea, “Ese pinche tacaño”, o tacaña, según sea el caso ¿verdad? De esta forma denotamos que la persona en cuestión, nos cae bien pinche gorda por avara, coda, marra, mezquina y amarrada.
Pero no nos confundamos ¿eh? Tacaño no es sinónimo de ahorrador, porque una persona ahorradora le chinga un buen e incluso se limita para juntar una cantidad de dinero determinada y una vez reunido el varo lo invierte para alcanzar el objetivo fijado. Mientras que la estrategia de los tacaños es no gastar NADA para poder seguir acumulando dinero y NUNCA separarse de él.
La tacañería tampoco tiene nada que ver con la falta de recursos económicos, porque los tacaños sí tienen varo, pero prefieren andar de cuentachiles porque les duele cada centavo que gastan. Y curiosamente, las personas que menos tienen son a las más compartidas.
Y a mí me van a disculpar, pero los regios no son tacaños, todos los que yo he conocido son de lo más desprendidos y disparadores, claro que habrá una que otra excepción. Pero neta, dentro de la cultura de la gente que vive en Monterrey no está ser codos, lo que sí está dentro de su cultura es el origen del término “codo” para referirse a la gente a la que le cuesta mucho trabajo desprenderse del dinero.
Los historiadores cuentan que allá por el siglo XIX, gran parte de los ganaderos de México comercializaban su ganado en la frontera con Estados Unidos y durante el camino hacia el norte acampaban en las rancherías de Nuevo León. Llegando a la frontera vendían sus vaquitas por algunas monedas de oro, lo cual los hacía presa fácil de bandidos y cuatreros.
Para evitar ser asaltados, los guapos y fornidos vaqueros ganaderos (sí, yo me los imagino guapos y fornidos ¿y?), ocultaban sus monedas de oro en una bolsa que se colgaban del hombro y quedaba justo en la parte lateral de las costillas, la cual podían ocultar debajo de la ropa. Hagan de cuenta como funda de pistola de detective. Igualito.
Bueno, como les decía. Los sudorosos vaqueros ganaderos (sí, también me los imagino sudorosos ¿y?), solían apretar la dicha bolsita con el codo para evitar que las monedas hicieran ruido al cabalgar y llamaran la atención innecesariamente, por eso andaban con los codos bien apretaditos. Pero esa estrategia también la conocían los cuatreros, y al interceptarlos para robarlos les decían: “Aflojen los codos”. Y pues a los guapos, fornidos y sudorosos vaqueros ganaderos, no les quedaba de otra que aflojar. Pero que quede claro apretaban el codo para defender lo suyo, no por tacaños ¿eh?
Neta, ser tacaño no está nada bonito, según un estudio realizado en la Universidad de Queensland, Australia, se determinó que las personas con comportamientos mezquinos frente al dinero tiene una mayor tendencia a sufrir estrés y ansiedad que las que suelen ser más generosas, ya que su constante obsesión por acumular dinero los aleja de la gente por el temor a que les quieran quitar su preciado dinero o intenten pedirles algo, por lo cual no tienen amigos y se vuelven miserables hasta con ellos mismos.
Y para terminarla de amolar, los especialistas en conducta humana aseguran que persuadir a los tacaños de que su comportamiento es nocivo, resulta una misión casi imposible, no solo porque las terapias cuestan y obvio no van a soltar un varo, sino porque ellos tienen una imagen muy positiva de sí mismos y ven al resto del mundo como unos despilfarradores.
Pero la cosa se pone peor, ya que la tacañería es crónica y se acentúa con la edad. Por eso los tratamientos psicológicos para combatirla pueden ser efectivos en la infancia, chance y en la adolescencia, pero en la adultez y tercera edad, es caso perdido.
Termina su columna y sigue pensando en los fornidos, guapos y sudorosos vaqueros ganaderos del norte.
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